El carnaval de los animales




Una obra musical es un mundo de emoción y fantasía. Cuando escuchamos música la imaginación vuela y los sentimientos afloran haciendo que disfrutemos de cada nota musical. Y es que no podemos negar que la música tiene poder, el poder de transportarnos a otras épocas, a otros lugares, a otras culturas y otros mundos, el poder de alegrarnos, entristecernos, hacernos recordar, incitarnos a bailar, cantar, imaginar...

Tenemos en nuestras manos una gran herramienta con la que alimentar de cultura y educar.

En la obra 'El carnaval de los animales' de Camille Saints-Säens se unen música e imaginación, esto nos ofrece la posibilidad no sólo de acercar de la música clásica a los alumnos, sino de crear un mundo imaginario en torno a ella.

Esta gran fantasía zoológica esta formada por 14 pequeños movimientos de carácter descriptivo . La obra es curiosa también por la inusual instrumentación: dos pianos, dos violines, una viola, un violoncello, un contrabajo, una flauta, un clarinete, un acordeón y un xilófono. Con la ayuda de estos instrumentos el compositor describe un León, gallinas y gallos, tortugas, asnos salvajes, un elefante, canguros, un acuario, pájaros , personajes de largas orejas, pianistas principiantes, fósiles y un cisne.

¡Descubre la relación que hace entre los distintos instrumentos y animales!


creatividad artística...



“Había una vez un niño que comenzó a ir a la escuela. Era bastante pequeño y la escuela era muy grande. Cuando el niño descubrió que podía entrar a su clase desde la puerta que daba al exterior se sintió feliz y la escuela no le pareció tan grande. Una mañana la maestra dijo:
-Hoy vamos a hacer un dibujo.
-¡Qué bien!- pensó el pequeño. Le gustaba mucho dibujar y podía hacer de todo: vacas, trenes, pollos. Tigres leones barcos…
Sacó entonces sus lápices de colores y empezó a dibujar, pero la maestra dijo:
-¡Esperen!, aún no es tiempo de empezar. Aún no he dicho lo que vamos a dibujar. Hoy vamos a dibujar flores.
-¡Qué bien! - pensó el niño. Le gustaba hacer flores muy bellas con sus lápices violetas, naranjas, azules…
Pero la maestra dijo:
-¡Yo les enseñaré cómo, esperen un momento!- y tomando una tiza, pintó una flor roja, con cuatro pétalos y un tallo verde. Ahora - dijo la maestra- pueden comenzar.
El niño miró la flor que había hecho la maestra y la comparó con las que él había pintado. Le gustaban más las suyas, pero no lo dijo. Volteó la hoja y dibujó una flor roja, con cuatro pétalos y un tallo verde, como la maestra indicara.
Otro día la maestra dijo:
-Hoy vamos a modelar con plastilina.
-¡Qué bien!- pensó el niño. Le gustaba la plastilina y podía hacer muchas cosas con ella: Víboras, hombres de nieve, ratones, carros, camiones. Empezó a estirar y a amasar su bola de plastilina. Pero la maestra dijo:
-¡Esperen, aún no es tiempo de comenzar! Ahora-dijo la maestra- vamos a hacer un plato.
-¡Qué bien!- pensó el pequeño. Le gustaba modelar platos y comenzó a hacerlos de todas formas y tamaños.
-¡Esperen, yo les enseñaré como hacerlo!- y les mostró cómo hacer un plato. Ahora pueden empezar.
El pequeño miró el plato que había hecho la maestra, y luego miró los que él había modelado. Le gustaban más los suyos, pero no lo dijo. Sólo modeló otra vez la plastilina e hizo un plato hondo, como la maestra indicara.
Muy pronto el pequeño aprendió a esperar que le dijeran qué y cómo debía trabajar y hacer cosas iguales a la maestra.
Pasó el tiempo y sucedió que el niño y su familia se mudaron a otra ciudad, donde el pequeño tuvo que ir a otra escuela. Esta escuela era más grande y no había puertas del exterior a su clase. El primer día la maestra dijo:
-Hoy vamos a hacer un dibujo.
-¡Qué bien ¡- pensó el pequeño, y esperó a que la maestra le dijera lo que había que hacer…pero ella no dijo nada. Sólo caminaba por la clase, mirando lo que hacían los niños. Cuando llegó a su lado, le dijo:
-¿No quieres hacer un dibujo?
-Si – contestó el pequeño –pero, ¿qué hay que hacer?
-Tú puedes hacer lo que tú quieras –dijo la maestra.
-¿Con cualquier color? – preguntó el niño.
-¡Con cualquier color! –respondió la maestra- si todos hicieran el mismo dibujo y usaran los mismos colores, ¿cómo sabría yo lo que hizo cada cual?
El niño no contestó nada, y bajando la cabeza, agarró sus lápices de colores y dibujó: una flor roja, con cuatro pétalos y un tallo verde.”
(HELEN BUCKELIN)